Naturchiva: La Libertad sobre Ruedas

Hay experiencias que te recuerdan por qué vale la pena salirse del molde. Una de esas fue el pasado viernes 11 de julio, cuando la agrupación "Al Natural" de Anapoima organizó su septima Naturchiva. Como fotógrafo e invitado, me sumergí en una aventura que fusionó el alma de Colombia con la esencia del nudismo.


La Chiva: De Mula de Carga a Templo de la Rumba

Para entender la magia de la Naturchiva, primero hay que hablar de su corazón: la chiva. Este icónico medio de transporte, nacido en Colombia a principios del siglo XX, es más que un simple bus. Surgió de la inventiva popular en las zonas rurales, especialmente cafeteras, donde se transformaban chasis de camiones en carrocerías artesanales de madera, vibrantes de color y funcionalidad. Eran la conexión vital entre las veredas y los pueblos, transportando personas, animales y cosechas por caminos desafiantes.

Con el tiempo, la alegría inherente a nuestra cultura transformó estas bestias de carga en chivas rumberas: discotecas rodantes con luces, música a todo volumen y una barra improvisada. Se convirtieron en el alma de las fiestas callejeras y los recorridos turísticos, un símbolo de nuestra capacidad para fusionar tradición y diversión. Y ahora, prepárense para la última evolución: la Naturchiva.


Mi Noche en la Naturchiva: Cuando la Piel Baila Libre

La tarde del 11 de julio, al llegar al barrio Galerías, mis ojos encontraron una chiva que superaba cualquier ilustración: un bus enorme, profusamente decorado con una pintura autóctona y el imponente rostro de un felino. Aunque la puntualidad es un reto capitalino, pasadas las 7:30 p.m., la mole rodante arrancó, recordándome los largos viajes por La Línea hacia Cali.

En cuanto el bus se puso en marcha, Marisol, nuestra anfitriona, dio la señal: "¡La rumba ha empezado oficialmente!" Y así, con cada prenda que caía, un ambiente de complicidad y euforia empezó a crecer entre las 20 a 25 personas a bordo. Las sillas, dispuestas a los lados, dejaban un amplio espacio central con baldosa, perfecto para azotar el piso. Barras verticales estratégicamente colocadas se convirtieron en el soporte perfecto para bailar sin perder el equilibrio en cada curva.

La música fluyó sin tregua: desde los sones clásicos de la rumba capitalina hasta reggaetón, salsa y merengue. Mis recuerdos, más visuales que auditivos, se llenan de destellos de luces de discoteca reflejadas en espaldas desnudas, luces verdes con forma de estrella danzando entre pieles que se alzaban al ritmo, aplaudiendo y coreando las canciones. Y sí, aunque digan que los rolos no bailamos, muchas parejas mostraron un ritmo sorprendente, desafiando el vaivén del bus.

Tal como prometía la publicidad, el frío no era un problema. El bus, sin ventanas, ofrecía una visibilidad generosa. Sin embargo, no íbamos haciendo un espectáculo público; unas persianas enrollables de cuero cubrían el interior, complementadas por una polisombra verde que ocultaba las tres cuartas partes inferiores de las "ventanas", dejando un discreto espacio a la altura de los ojos para los más altos. Así, los cuerpos se mantenían en la intimidad del bus.


Un Viaje de Conexión y Autenticidad

El recorrido fue suave pero constante. Reconocí la Zona T, el Parque de la 93, y pronto ascendimos hacia los miradores en la vía a La Calera. Entre mis fotos, buscando capturar la energía sin comprometer la identidad de los asistentes, las luces de discoteca y el movimiento del bus crearon tomas divertidas y dinámicas.

Hicimos una parada en un paraje de salones de eventos para ir al baño y refrescarnos. Un momento que Marisol y yo aprovechamos para esas fotos "secretas" de nudistas que nadie más sabe que ocurrieron, pero que ahora acompañan este relato.

De regreso a la ciudad, el ambiente se transformó. Ya no era solo fiesta; era una sensación palpable de complicidad. Se veía en los rostros extasiados, en los saludos espontáneos a los peatones desde la ventana (donde solo se veía la cara), en los cánticos a voz alzada con los ojos cerrados. Aunque no soy el más fiestero, disfruto inmensamente cuando la gente a mi alrededor experimenta momentos de alegría en entornos seguros y respetuosos.

Vi a un par de chicas, nuevas en el nudismo, que tardaron un poco en quitarse la parte superior de su ropa interior, y la inferior nunca la removieron. Los organizadores, fieles a su filosofía, suelen ser flexibles con los novatos en eventos más pequeños, entendiendo que la comodidad de la gente es clave. Sin embargo, para eventos futuros y grupos más grandes, se promueve la desnudez total por respeto a la mayoría y coherencia con el estilo de vida nudista.

Mis fotos de la fiesta jugaron con la exposición de la cámara, difuminando identidades con los destellos de luces y las largas exposiciones. Esa sensación de movimiento en las imágenes era un reflejo exacto del ambiente: una fusión autóctona de tres conceptos profundamente disfrutables: el transporte tradicional, el éxtasis de la rumba y la complicidad de cuerpos desnudos compartiendo sin las presiones habituales de bares y discotecas, donde a menudo se busca una pareja antes que la música o el baile.

La Naturchiva de "Al Natural" fue, en esencia, un pequeño refugio, un evento que me recordo una mini versión movil de asilo. Cuerpos bailando, rostros extasiados, pupilas concentradas en los destellos y el ritmo de los bajos. Piel libre al compás de la música. Es una experiencia que, sin duda, recomiendo vivir.

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